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El Loop Diamand

   Parece que fue ayer cuando Marcelo Diamand escribía sobre "el divorcio entre las ideas de la sociedad argentina y la realidad”. En su artículo publicado en 1972, el economista intentaba explicar la contradicción entre un país con matriz exportadora primaria e industrialización incompleta, y una sociedad en gran parte convencida de promover ideas económico-liberales propias de economías industrializadas y avanzadas.

   Para Diamand, Argentina se caracterizaba por aquel entonces por contar con una estructura productiva desequilibrada. En pocas palabras: el país no estaba industrializado, sino que contaba con cierto entramado industrial. La situación era incómoda porque mientras concretar el proyecto industrializador demandaba una cantidad de divisas cada vez mayor (pues para acumular bienes de capital, es decir, maquinaria, era preciso contar con moneda internacional), el proceso no era capaz de generar los dólares que demandaba su propio crecimiento.

   El diagnóstico parecía claro: el país se encontraba en una suerte de encrucijada estructural que nse resolvería sola. Tanto la teoría cepalina “Centro-Periferia” más típica como la evidencia empírica de todo el siglo XX demostraban que los países desarrollados (casi curiosamente ubicados de forma geográfica en el hemisferio norte) contaban con industrias fuertes (entre livianas, medianas y pesadas), como si marcaran un camino incontestable hacia el desarrollo económico. Bueno, lo señalaban para el ávido observador, porque una vez alcanzado dicho estadio, evangelizaban con la palabra del librecambio y la especialización basada en las ventajas comparadas, proselitismo de una idea que podríamos resumir como: "Quien nace bueno para ser pobre, que a ser pobre se dedique"

   Es así que La Argentina no dejaba piedra sin levantar en busca de la anhelada industrialización. El problema era que en 8 de cada 10 piedras levantadas, el país se encontraba con un Juan “El Bautista” del librecambio (local o extranjero, daba igual). Y esto tenía su lógica: nadie podía dudar que nuestro país tenía -y tiene- una ventaja comparativa basada en la productividad de su tierra (Argentina es el 8vo país más grande del mundo, gran parte de su territorio es cultivable y/o su tierra es apta para la cría de diversos tipos de ganado, además de ser un país costero con un nivel de población bajo). Dada esta última descripción, pareciera que los apóstoles del liberalismo no traen consigo sino verdades reveladas, y el destino del país es una calle con la mejor de las sin-salidas: especializarse en un extractivismo furioso, en donde la producción de materias primas es un mal necesario para la consecución de un bien suficiente.

   El dilema se decanta cada vez más sencillo de comprender: ¿Cómo convive un país que quiere ser industrial con su destino extractivista marcado a fuego en la frente? En principio, la disyuntiva es un poco más compleja de lo que parece a simple vista, porque si se pretenda implementar una política económica de mediano y largo plazo, como mínimo, es relevante conocer los componentes principales de la matriz productiva nacional, pues de ellos dependerán las políticas a desplegar. Una de las políticas más destacadas por Diamand en su artículo, es el tipo de cambio entre la moneda nacional y supongamos, el dólar. Y es que claro, si el sector agro-exportador es productivo y competitivo en términos internacionales, entonces el tipo de cambio nominal conviene sea alto, pues este sector se verá beneficiado por obtener mucho en moneda nacional al exportar, mientras recibe como pago moneda extranjera, y así el productor agropecuario se verá motivado a liquidar al Banco Central las divisas, se sentirá rico en moneda local (mientras no haya inflación al interior del país), y el Estado acumulará reservas. 

   El modelo anterior parece un modelo de felicidad absoluta, y ciertamente lo es, pero no para todos (como suele ser la felicidad). Porque la parte del país que no es terrateniente y que aún levanta piedras en busca de la industrialización (y que genera la mayoría del trabajo a partir de fábricas, grandes empresas y PyMES), no necesariamente aboga por un tipo de cambio alto. Esta parte precisa principal atención porque puede ser contra-intuitiva. La primera pregunta que del lector podría surgir es: ¿No es un tipo de cambio alto también beneficioso para la competitividad industrial? La respuesta intuitiva es "Sí", pero eso vale para aquellos países que tiene una matriz productiva con desarrollo industrial orientado a exportaciones que compiten en el mundo por precio, que no es el caso argentino. No lo es porque nuestro país nunca alcanzó un desarrollo industrial maduro, y, además, en líneas generales desarrolló sectores entre livianos y medianos más típicamente orientados al consumo interno (esto es el legado del famoso proceso de "sustitución de importaciones"). Sucede que Argentina es un país con población escasa en comparación con su amplitud territorial por un lado, y con el promedio demográfico mundial, por el otro. En este sentido, una industria orientada al consumo interno de un país con demanda relativamente baja, no tiene un futuro muy promisorio delante.

   Creemos que el lector ya puede hacerse una buena idea del porqué del título de este artículo. El Loop Diamand se vuelve casi evidente:


1. Los precios internacionales de las materias primas que emergen de la productiva tierra nacional suben por un tiempo determinado.


2. Si el tipo de cambio vigente es relativamente alto, el sector agro-exportador se ve incentivado a liquidar sus exportaciones, aumentando las reservas del Central y, si no hay inflación significativa al interior del país, se generarán rentas extraordinarias para los terratenientes, productores agropecuarios y exportadores.


3. La industria, sin redistribución estratégica presente, no sentirá el efecto positivo de elevar el tipo de cambio, porque cuenta con muy pocos sub-sectores que compiten en el mundo por precio. En este sentido, que la divisa internacional se encarezca le genera a la industria nacional una gran dificultad para adquirir bienes de capital (máquinas, tecnología, servicios del exterior, logística transfronteriza) y así completar su desarrollo adquiriendo progresivamente competitividad-precio o no-precio a lo largo del tiempo. 


4. Sucede que el modelo no sólo impacta a los sectores protagonistas de la matriz productiva como si la economía fuese un fenómeno abstracto e inmaterial que sólo impacta en los estados contables y cuentas bancarias de unos y otros. El modelo suele generar, además, caída del poder de compra de los sectores bajos y medios porque son la fuerza de trabajo asalariada que obtiene su pago en moneda local, ahora devaluada. Lo más sencillo es entender que la intención de ahorrar en divisa de estos sectores se verá comprometida, pero eso es lo más evidente y quizá menos relevante. La peor de las noticias es que no sólo los bienes importados se encarecerán, sino también los locales. ¿Y lo anterior por qué? Por una sencilla razón: como el desarrollo industrial argentino es incompleto, la matriz productiva industrial es muy dependiente de insumos importados (si en Argentina "se producen autos", no significa que las miles de partes que forman un automóvil son producidas localmente, sino que la proporción es bien contraria). Las empresas nacionales (en su gran mayoría PyMES) comienzan a ajustar gastos y, entre ellos, mano de obra y salarios reales. Crece el desempleo, la informalidad, el ejército de reserva y el descontento social para gran parte de la sociedad.


5. Lo anterior suele fomentar un cambio de gobierno y giro político, pero de haber continuidad, esta se basa en "mejorar" la re-distribución del ingreso. Sucede que aunque muchos economistas estemos de acuerdo con que la redistribución es clave para el desarrollo económico también pensamos que el Estado no suele ser el mejor de los re-distribuidores, y sobre todo para el caso argentino. Dependiendo del color político del gobierno de turno y la escuela del Ministro de Economía, habrá aumentos de subsidios, de transferencias directas, congelamiento de tarifas de servicios públicos, "sugerencias" para techo de precios en el sector privado, controles varios, aumento del gasto público, de la planta laboral estatal, y otros parches varios típicos de quien comienza alegremente a reparar un caño pinchado hasta que se encuentra con la triste realidad que hasta que no lo cambie...


6. En principio, como el Estado parte de una situación beneficiosa, porque viene de una recaudación aceptable y un Central acumulando reservas, "tiene cierto margen" para gastar un poco de más de lo que debería siendo responsable y juicioso. En general, estas "políticas-parche" funcionan en el corto plazo, pero rara vez en el largo. Y es que la mejora en el poder de compra de los sectores trabajadores recompone la demanda, pero... es un aumento de demanda ficticio. ¿Por qué ficticio? Porque a estos sectores les mejoró su ingreso sin que hayan mejorado su productividad, es decir, no tienen más que antes porque trabajen más o mejor, sino porque otro agente externo les recompuso el ingreso (lo cual no se está discutiendo si es justo o no, sino si es sostenible en el tiempo). 


7. Como ni las reservas del Central son infinitas, ni la recaudación puede crecer sostenidamente en este contexto, el Estado se ve forzado a utilizar alguna (o ambas) de las siguientes herramientas perversas que tiene disponible: toma deuda (interna o externa para gasto corriente) o emite moneda sin respaldo de aumento de la oferta en la economía real, lo que a mediano plazo deriva en fuertes procesos inflacionarios que terminan en un proceso de empobrecimiento crónico de la población. 


8. Cuando la inflación ya galopa a velocidad, los activos nacionales se deprecian, el Riesgo País sube porque la deuda pública no vale nada (debido a su riesgo de default), el crédito bancario es inviable, la inversión privada desaparece y la economía entra en un sendero de deterioro exponencial… vuelve a generarse un cambio de gobierno (o de política económica).


9. Lo nuevo suele ser poco innovador: "Es preciso un ajuste fiscal y un esfuerzo hoy para ver los frutos de una Argentina próspera mañana". Como el lema es de ajuste (que suele materializarse en la realidad), mejoran las expectativas traccionadas por el sector financiero, se revalúan los activos (sin demasiado fundamental detrás) y tras un plan devaluatorio inicial ("para corregir desequilibrios cambiarios"), la moneda se empieza a revaluar, bien por ingreso de capitales especulativos, bien por más préstamos en divisa, o bien porque el gobierno se quiere sostener en el poder y la sociedad no toleraría más devaluación y pérdida de poder adquisitivo constante. 


10. Para la inflación suelen implementar modelos de tipo de cambio fijos (con las variantes existentes) o un tipo de cambio muy administrado y generalmente mentiroso porque se complementa con impuestos al acceso libre a la divisa o incluso cepo cambiario. En el corto plazo, estas medidas (a pesar de los fuertes efectos negativos que genera sobre la población trabajadora) parecen dar aires de estabilidad futura y recomposición del valor de los activos. Pero la apreciación cambiaria no le sienta bien a un país como Argentina: mientras el sector agropecuario comienza a perder incentivos para liquidar sus exportaciones (que además dependen del precio internacional del producto), la industria podría verse tentada a adquirir bienes de capital, pero para ello debe tomar crédito a mediano plazo en moneda internacional, lo cual parece ser una decisión extremadamente difícil de tomar si uno mira por el espejo retrovisor de la historia nacional (las devaluaciones son constantes y las deudas en divisa se vuelven cada vez más pesadas en el tiempo). 


11. El corolario del proceso lo suele dar la apertura económica que complementa a la apreciación cambiaria. La poca industria nacional arriada por PyMES, comienza a observar la entrada masiva de productos del exterior, más baratos y en algunas ocasiones hasta mejores. Este escenario los condena a seguir rogando el ineficiente e interminable subsidio estatal o claudicar. La quiebra de PyMES prolifera, y lo mismo con el desempleo. La economía se concentra cada vez un poco más en cada iteración del Loop Diamand. Las "Inversiones Extranjeras" que ingresaron al principio, se retiran, los intereses de deuda se vuelven impagables y el escenario social insostenible. La crisis continúa hasta que el punto 1 reaparece porque la volatilidad histórica de los precios internacionales de las materias primas así lo evidencia. Y de nuevo todo el loop. Sólo con una diferencia: cada vez que el juego de las sillas tiene otra ronda, menos participantes se divierten. 


   Romper el Loop Diamand no es sencillo, pero tampoco imposible. Los ejemplos históricos de países que enfrentaron restricciones similares (Corea del Sur, Canadá, Brasil, Australia, entre otros), muestran que las políticas económicas deben contar con un enfoque diversificador de la matriz productiva, fortaleciendo la competitividad de la industria y renunciando al extractivismo infinito. En Argentina, esto implicaría identificación de ventanas de comercio actuales para redireccionar incentivos de industria naciente (limitados en tiempo y con control periódico de mejora de productividad, entre otras políticas orientadas a la economía real) como elemento principal de tracción, siendo el sector financiero un complemento clave y necesario, pero nunca al revés: recuerde que los caballos tiran al carro y no el carro a los caballos. 


NOTA DEL AUTOR: cualquier coincidencia desde el punto 9 al 11 y la actualidad argentina, no es mera coincidencia y la analogía fue 100% intencional.


"En hojas muy viejas me leo… el futuro."

Rogelio Santos


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