Como no puede pensarse al comunismo sin Marx ni al liberalismo sin Smith, no puede pensarse al Keynesianismo sin Keynes. Keynes dejó entre los hombres y entre la ciencia económica y política, muchas respuestas que hicieron las veces de alternativas a los modelos ortodoxos clásicos que rigieron desde el nacimiento del capitalismo hasta la gran crisis de 1929.
Los liberales creían que el Estado y el Mercado eran dos espacios distintos, los cuales -en lo posible- no debían jamás entrometerse uno con el otro. ¿Por qué? Simplemente porque el mercado tenía una característica básica que lo hacía auto-suficiente: su tendencia perpetua hacia el equilibrio constante producto de la actuación de una suerte de 'mano invisible' que, por detrás de todo lo visible, sería capaz de regular cualquier desfase existente entre las dos caras de una misma moneda (o de una misma economía), la oferta y la demanda. El liberalismo simplificaba la economía de manera formidable: el mercado lo haría todo, bien o mal, lo haría todo. Regularía siempre la oferta y la demanda por medio del fantástico mecanismo de precios (sea cual fuese el costo que ello conlleve), y no debería pedir ningún tipo de ayuda al Estado, puesto que la intromisión de éste en el natural curso de aquello que se llamaba economía, era un obstáculo antes que una solución.
Sin embargo, la crisis de 1929, mostró que la base del pensamiento económico liberal, tenía sus falencias. Producto de una crisis de sobre-producción, en la que se ofertó mucho más de lo que se podía demandar, el mercado intentó ajustarse bajando los precios, pero siquiera de esa forma pudo sostener el dinamismo de la actividad económica. Las palabras recesión, desempleo y hambre, signaron emblemática y negativamente, una década que para muchos fue mejor olvidar. Las directrices de los ortodoxos no hicieron más que profundizar la crisis en la que el desempleo generó una baja total del consumo (demanda) y al no existir quien demande, el exceso de oferta se mantuvo hasta ser insostenible. Sólo una mirada distinta de los procesos económicos podía revertir la situación. Esa mirada estuvo en manos del pensamiento de Keynes, quien con políticas totalmente contrapuestas y revolucionarias en relación a la ortodoxia liberal, logró modificar el progresivo receso que había generado la crisis en el nivel de actividad económica estadounidense y mundial.
Básicamente, Keynes proponía, en contraposición de los clásicos liberales, que la existencia de fallas o desfases en el mercado eran inevitables, y que el poder de auto-regulación de los mercados era más una excepción que una regla. La única posibilidad lógica de reparar las fallas del mercado era a partir de una fuerte intervención estatal en la economía. El Estado era capaz ahora de atacar directamente los males del desempleo y la caída del consumo (aquello que Keynes veía como el problema central que llevaba a la recesión de la economía). Así se aconsejó al Estado que tome no sólo el rol de regulador, sino también que intervenga directamente, ajustando los fallos y hasta haciendo las veces de productor y consumidor si fuese necesario. En síntesis, que realice toda aquella actividad que el sector privado era incapaz de realizar. Ahora, el Estado sería capaz de crear empresas, expropiar aquellas que estuvieran por cerrar -lo que aumentaría el desempleo-, podría emplear mano de obra directamente por medio del aumento del gasto público e incentivar la creación de puestos de trabajo expandiendo la oferta monetaria y bajando la tasa de interés para desincentivar el atesoramiento, motivando el consumo y la inversión.
Keynes fue así el fundador del llamado "Estado de Bienestar" que se encargaría de tener a la búsqueda del pleno empleo y al crecimiento de la demanda (como motor de la oferta) como pilares fundamentales del crecimiento económico. Keynes entendía que una economía no podía crecer de forma sustentable sin garantizar niveles marginales de desempleo y que, en principio, tanto la creación de empleo productivo como la de empleo improductivo, eran herramientas válidas para salir de una crisis profunda.
Sin embargo, el creador de las políticas anti-cíclicas (que van en contra del proceso económico vigente), era bien consciente de que la creación de puestos de trabajo improductivos debía ser sólo circunstancial para poder así salir de la crisis en base al aumento de la demanda (los seguros de desempleo cumplían esta misma función). No obstante, sólo el empleo productivo era aquel que en verdad contaba con un valor intrínseco, puesto que solamente este tipo de empleo permite al ser humano valerse de sus propios medios y ser útil a lo social. Ninguna subvención ni asistencialismo pueden ser más valiosos que aquel trabajo que permite al hombre, fruto de sus manos y/o su mente, valerse de todo aquello que no precisa que otro le brinde.
La República Argentina sufrió una profunda crisis económica que desencadenó una caída total del sistema bancario y financiero en el año 2001. Dicha crisis tuvo repercusiones económicas notorias como la caída del nivel de actividad, la consecuente recesión de la economía en su conjunto y el desmedido aumento del desempleo, sub-empleo y las condiciones laborales precarias en las que se encontraron los pocos que todavía contaban con un puesto de trabajo. Estos índices negativos, sumados a la suba total del riesgo país producto de la incapacidad total argentina para pagar la deuda externa, incentivó aún más el racionamiento de crédito externo para con nuestro país. La industria nacional desmantelada por los procesos militares y las políticas neo-liberales de los años '90, eran signos de otro punto débil más que caracterizaba a la matriz productiva nacional, sobre todo en relación con la imperante necesidad de creación de puestos de trabajo. Tan terrible escenario sólo tuvo salida de la mano de las anteriormente descritas políticas keynesianas, adoptadas primera y tibiamente por la presidencia interina de Eduardo Dhualde y consolidadas con la asunción de Néstor Kirchner, tras elecciones populares en el año 2003.
Sin dudas que Argentina, de la mano del Gobierno de Néstor Kirchner, comenzó a salir de la crisis gracias a la aplicación de políticas keynesianas que se enfocaron directamente a la demanda y al pleno empleo. Así se bajaron tasas altísimas de más de 25% de desempleo que se arrastraban desde la última década del siglo XX, llegando a disminuir hasta un 7%. La mayoría del empleo creado fue a base de sueldos muy deteriorados que apenas cubrían las necesidades básicas. Con políticas de redistribución y asistencialismo social, el gobierno sacó adelante una crisis que había hecho tocar fondo al país. Argentina se cerró al mercado de capitales extranjeros pero acumuló divisas devaluando el tipo de cambio y favoreciendo así al sector agro-exportador (léase el campo), que fue el motor de la economía vía retenciones a la exportación. El sector agropecuario, apoyado por el tipo de cambio nominal y los a-históricamente elevados precios de los productos primarios del mercado internacional, cosechó -valga la metáfora- cuantiosas ganancias, y el Estado se vio en la obligación de redistribuir a los sectores menos dinámicos dichos beneficios. A su vez, se expandió la oferta monetaria para fomentar el consumo. El país se desligó del FMI pagando con partes de sus reservas todo lo adeudado al Organismo Internacional, pero no por eso se desligó del total de deuda externa que, si bien mermó en términos relativos (en relación al PBI argentino en alza), creció en términos absolutos. El Estado se hizo cargo de algunas empresas como YPF o las AFJP, las cuales consideraba de funcionalidad ineficiente. El Estado también incrementó notoriamente el gasto público y así contribuyó aún más a la creación de trabajo.
Sin dudas, podemos encontrar fácilmente a Keynes en las primeras medidas tomadas por el kirchnerismo para salir de la crisis del 2001. Se implementaron políticas llamadas anti-cíclicas, es decir, que iban en contra del ciclo económico que indicaba recesión, desempleo, necesidad de ajustes drásticos, reducción del gasto público, etc. Utilizando la teoría general de Keynes, se hizo lo contrario: se aumentó el gasto público a la vez que el asistencialismo social por medio de planes trabajar, asignaciones familiares y subsidios improductivos, que por ser improductivos no eran menos que valiosos para motorizar la economía y recuperar el nivel de actividad. A corto plazo, Keynes indicaba que algunas políticas que parecían improductivas, contribuían al aumento de la Demanda Agregada y eso no podía sino tener una recuperación positiva mucho más rápida que las políticas de austeridad fiscal y recorte de gastos.
Pero... ¿Cuántos años corresponden a un plazo corto? El kirchnerismo ya lleva casi una década al poder si tomamos a los gobiernos del presidente Kircher y su esposa Cristina Fernández. En épocas de recesión y caída del nivel de actividad, Argentina aplicó políticas anti-cíclicas como dice el manual de Keynes. Y funcionaron muy bien. Luego, Argentina comenzó a crecer, casi a lo que se dice "tasas chinas" o por lo menos cerca, creciendo más de un 7% anual (con excepción de 2009 producto de la crisis financiera internacional que prácticamente no afectó a nuestro país). Pero cuando nuestro país creció, las políticas anti-cíclicas desaparecieron y comenzaron las pro-cíclicas. Es decir, cuando el país empezó a acercarse al pleno empleo y el nivel de actividad subió considerablemente, el gobierno no comenzó a soltarle la mano a aquellos que habían sido subsidiados para salir de la crisis en forma circunstancial. Parece que los costos políticos pesaron más que seguir fiel a Keynes y en vez de mermar el gasto público, se gastó más y en vez de usar la otra formulita que nos dio Keynes (Oferta Agregada) para aumentar la producción y generar así un equilibrio, se siguió apuntando al consumo, que por supuesto se disparó por los aires generando un fuerte desequilibrio económico por sobre-calentamiento. Ese desequilibrio tiene un síntoma claro y se llama inflación. Cuando la inflación supera los dos dígitos, puede interpretarse como un síntoma de que algo... no anda muy bien. Y la inflación fue de dos dígitos; pero no sólo eso, sino que también se hizo sistemática y progresiva. La inflación hizo subir indirectamente la tasa de interés, puesto que sino un depósito en pesos valdría lo que vale un helado al sol.
Todo indica que algo falló en el medio de las recetas de Keynes. Esto parece haber sido la redistribución, ya que apuntó solamente a un sector de la sociedad que accedió a nuevas posibilidades de consumo (por fin), pero sin que eso genere una sustentabilidad intrínseca. Es decir, esas personas no se vieron dotadas de puestos de trabajo productivos que con el tiempo reflejen crecimientos de salario real y un aumento relevante del poder adquisitivo para no precisar más depender de los "subsidios que se dan a los pobres" y poder exigir con sus salarios pagar más por mejores servicios (trenes que no maten gente, luz que no se corte cada aire acondicionado por medio que se prende, estaciones de servicio con combustible, etc.). Por lo contrario, las políticas siguieron siendo "eternamente circunstanciales" y las subvenciones parecen ser un callejón sin salida.
La producción no puede alcanzar a la demanda y la crisis del '29 parece asomarse a menor escala y a la inversa en nuestro país (siendo de sobre-demanda). El proceso de industrialización nacional es confuso y si uno es un fiel kirchnerista dice que va "viento en popa"; si uno es opositor dice que es "una mentira hecha realidad por los voceros oficialistas"; ahora, si uno no es ni uno ni otro, no entiende mucho si el polo industrial de Tierra del Fuego es productivo a largo plazo o un muy mal invento de corto. Los subsidios improductivos se han vuelto ya no un arma del Estado, sino una espada clavada en una piedra muy pero muy difícil de sacar. La inflación se hace insostenible y corroe no sólo el poder adquisitivo de aquel que consiguió el trabajo que no tenía en los '90, sino que además no clarifica el horizonte para el inversor (y no hablamos de las grandes empresas sino el horizonte del pequeño y mediano empresario argentino que no confía mucho en los índices del INDEC). La tasa de interés sube, siendo Argentina, hoy en día, el país con la tasa nominal más alta del mundo -aunque curiosamente la tasa de interés real sea negativa-, ¿Tendrá algo que ver la inflación?.
Difícil ver a Keynes en esa realidad... La creación de empleo se hace cada vez más costosa porque el proceso de industrialización parece truncado o por lo menos avanzar a pasos muy lentos. El sector automotriz absorbe muy poca mano de obra y ni hablar del polo "productor" en Tierra del Fuego. La exportación de materias primas tiene escaso valor agregado y por ende, escasa mano de obra en su su cadena productiva. Parece que el kirchnerismo keynesiano ha estado con Keynes para luego abandonarlo en el camino.
"Porque lo que empieza... acaba al fin"
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