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Brasil: ¿mejores servicios para el pueblo o mayor privilegio internacional?

Movilizaciones populares -con origen en la clase media brasileña- provocan la intensificación de protestas en el correr de los días alegando que las políticas de inversión en infraestructura deportiva van en desmedro del medio ambiente y el bienestar social.



    “El problema no es el dinero, sino cómo lo gastás”, parece ser la premisa para que “el gigante se despierte”. Las frases entre comillas son las más utilizadas por los movimientos sociales brasileños que exigen al gobierno que merme el alto nivel de inversiones que está realizando de cara al mundial de fútbol 2014 y las Olimpiadas a realizarse en 2016, ambos en Brasil. Se calcula en 13 billones de dólares el gasto de Brasil, hasta ahora, en infraestructura de cara a ambos eventos.
 
    Sucede que el crecimiento económico de Brasil de los últimos años no sólo consolidó financieramente al país de cara al mundo, sino que, además, provocó un efecto positivo hacia adentro: un gran ascenso social de las clases bajas que engrosaron el caudal de personas pertenecientes a la clase media. Sin dudas la continuidad de gobiernos brasileños aplicaron políticas de carácter económico-social en consonancia con las demandas populares. No obstante, las demandas sociales nunca cesan.
 
    Así, en la actualidad, la cuantiosa clase media y sus demandas, se redirigen hacia otro tipo de necesidades como la mejora en transportes públicos, en rutas viales que descongestionen el tránsito y en una mejor calidad en los ámbitos de salud y educación. Pero estas demandas –para nada desechables—van en cierta forma en contraposición a objetivos históricos para el Estado brasileño, que poco tienen que ver con un potencial giro de la política oficialista del Brasil que pretenda favorecer a los sectores más altos del estrato social en detrimento de los sectores populares.
 
    En la carrera por ser una potencia mundial, el crecimiento económico es sólo el primer paso. El segundo y más importante es la construcción de poder. Brasil es, históricamente, bien consciente de eso y hace décadas que persigue el objetivo de conseguir una plaza fija en el Consejo de Seguridad de la ONU junto a las potencias contemporáneas. Para eso, sabe bien que la consecución de prestigio internacional es clave para cumplir su meta.
 
    Las teorías de las Relaciones Internacionales muestran bien este tipo de comportamiento por parte de los Estados, que encuentran en la posesión de armas nucleares o en la capacidad de gestionar grandes eventos globales como una Copa del Mundo de Fútbol o la organización de un evento deportivo tan importante como las Olimpiadas. 
 
    Pero el capital para enfrentar éste tipo de gastos no crece de la tierra, sino que su semilla es la inversión pública en detrimento de otro tipo de inversiones como las que competen a mejorar el bienestar social. De este modo la sociedad brasileña enfrenta fuerte subas de impuestos e importantes mermas en los presupuestos orientados a la educación, la preservación del medio ambiente y la salud, entre otros.
 
    Así, el dilema de ser una potencia internacional entra en controversia con las demandas sociales hacia dentro del Estado, que pretende ganar ese status adquiriendo prestigio internacional a través de diversos medios… siendo uno de ellos la inversión en infraestructura para sostener este tipo de eventos como los que se dispone a albergar. No siempre el Estado tiene los mismos objetivos que la sociedad a la que representa.


"Poder jugar en otro juego es lo que imagino..."

Rogelio Santos

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