Manifestaciones sociales, caída de la bolsa de San Pablo, inminente salida de capitales, aumento de la inflación y desconfianza en el gobierno parecen poner en jaque al gigante regional.
Brasil es noticia. Pero no tanto ya por reconocerse como un ejemplo a seguir dado la eficiencia de su modelo económico, sino que, lo es justamente porque ese modelo asoma ciertas debilidades que ponen en jaque el mote de “ejemplo a seguir” del que gozaba nuestro país hermano. Parece que de un momento a otro, la economía brasileña se hunde como el Titanic y ya nada puede salvarla. Aquel que era tomado como una país ejemplo ahora es modelo de lo que no debe hacerse en materia de crecimiento económico sostenido.
Sin embargo, algunas aproximaciones a la incipiente crisis brasilera, permiten dilucidar que el problema no es tan caótico como algunos especialistas (y otros que no lo son tanto), intentan transmitir.
Cierto es que el BOVESPA cayó un 4,24% y acumula una caída de 26% en lo que va del año. También es verdad que las protestas en las calles de las grandes ciudades de Brasil no se detienen y dieron a luz a muchas realidades sociales que se creían distintas, que se creían mejores. Es una certeza también que la inflación ha crecido en el último tiempo y que la Reserva Federal de Estados Unidos ha dado indicios de que subirá las tasas de interés, induciendo a la migración de un gran caudal de capitales que hasta ahora veían a Brasil de lo más rentable. Tampoco es falso que la economía brasileña crece cada vez menos y que, en un contexto donde las demandas sociales crecen progresivamente, se profundizan e intensifican, el gobierno de Dilma Rousseff pierde apoyo, sistemáticamente.
Sin dudas, la combinación de todos estos factores negativos abren la puerta para que cualquier economía, por lo menos, amague con entrar en crisis, pero todavía eso no sucedió. Si bien el Banco Central brasileño a cada trimestre que pasa recorta más su expectativa de crecimiento de PBI para fin de año, la recesión todavía no se materializó (+0,6% en el primer trimestre de 2013). A su vez, las tasas de inflación siguen siendo elevadas (poco menos del 7%), pero mostraron un leve descenso en los últimos meses. La Reserva Federal de Estados Unidos todavía no especificó el nivel de aumento de las tasas (siguen cercanas al 0%) y las protestas sociales no tienen eje central en la economía nacional, sino que entienden que, por el contrario, la economía del país es saludable y las rentas que genera deberían redirigirse hacia una mayor calidad de servicios sociales y no hacia una mayor infraestructura deportiva-civil de cara al mundial y las olimpiadas (33 mil millones de dólares son los gastos que demandaría).
Pero vayamos por partes. Para que haya una protesta social con núcleo en la clase media por mejores servicios sociales como salud, educación y transportes, tiene que haber una clase media numerosa. Se estima en 40 millones el número de personas que accedieron a la categoría de clase media en los últimos dos decenios de la historia económica de Brasil. Bueno, eso habla de una mejora en la distribución del ingreso de un país que históricamente ha mostrado una brecha altísima entre ricos y pobres. Pero que gran parte de la población brasileña acceda a ese mote, no significa que el trabajo del Estado respecto a su intervención en la economía haya terminado. De hecho, es sólo el primer paso para avanzar sobre la profundización de la mejora en la calidad de vida de la sociedad en general. Y ese es el paso que le está costando actualmente a Brasil. Le está costando porque en su carrera por ganar poder en el escenario global, se lanzó a demostrarle a los grandes que tiene capacidad de albergar eventos de alto prestigio mundial como un mundial de fútbol o unas olimpiadas deportivas. Sin embargo, este hecho no es relevante en la demanda social, ya que la sociedad demanda menos deporte y más inversión en sectores públicos. Tarea para Dilma…
Cierto es que Brasil ha basado su modelo económico contemporáneo en el ingreso de capitales a partir de una tasa de interés alta. Y cierto es también que esto lo ha puesto en una posición de cierta dependencia sobre esos capitales financieros. La probable suba de las tasas de interés en países desarrollados como Estados Unidos, ponen en jaque parte del modelo económico de acumulación brasileño. En consonancia con lo anterior, el dilema de la competitividad en Brasil no es ajeno a este punto histórico de inflexión. En efecto, una salida masiva de capitales podría generar una merma de financiamiento para sectores clave apoyados por el BNDES, lo cual con un tipo de cambio apreciado (aunque es probable que la salida de capitales devalúen la moneda), socava aún más los problemas de competitividad que Brasil viene sufriendo hace tiempo y que lo han llevado hacia la competitividad no-precio volcando la mayoría de su producción industrial que compite por precio hacia el mercado interno.
En síntesis, Brasil enfrenta un momento plagado de desafíos, donde el gobierno de Dilma y el gasto público deberán dar un vuelco si quieren frenar las demandas sociales. De aquellos desafíos a la recesión, a ser un modelo económico fracasado y dejar de ser un ejemplo a seguir, todavía… queda un largo, muy largo trecho.
"Al fin va a decir la verdad el que escribe los diarios,
Al fin van a dejar de rezarle a la televisión"

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