El 11 de diciembre de 2023 comenzó un nuevo ciclo de desesperanza para La Argentina en materia económica, social y política, en ese orden. Javier Milei se convirtió en Presidente de manera formal y una casta política con aires renovados vuelve a tomar el poder nacional.
Hablar de herencias es entrar en el loop eterno, todos lo sabemos: déficits gemelos (comercial y fiscal), deuda externa, inflación galopante, pobreza en niveles record, informalidad laboral al taco, desempleo oculto en indicadores tergiversados, salarios medios de precarización, múltiples tipos de cambio, ausencia total de crédito, desinversión, entre otros males. Sin dudas, un escenario bajo el cual nadie elegiría comenzar un gobierno. ¿O tal vez sí?
Si de discursos de campaña hablamos, Milei fue casi claro como el agua: los problemas de Argentina se reflejan o sintetizan bajo tres grandes ejes, inter-relacionados entre sí:
LOS PROBLEMAS ARGENTINOS
- La inflación: un fenómeno monetario
El nivel de inflación altísimo responde al exceso de pesos sobre la demanda de dinero real (teoría monetarista de la inflación), cuestión que tiene por origen el déficit fiscal sostenido en el tiempo utilizado para rescatar, de forma constante, a un Estado que gasta bastante más de lo que recauda, aún con una presión impositiva vigente bien elevada.
- No apertura económica como sinónimo de pobrezaOtra causa central de todos los males argentinos, según el actual presidente, es que el país “no es lo suficientemente libre como sus pares ricos”. En este sentido, Milei cree fervientemente que los países que son libres (más abiertos económicamente), y por el sólo hecho de serlo, son más ricos.
- Gasto político superfluo y libre empresa restringidaPor último, el líder del gobierno entrante asegura que otro de los grandes problemas nacionales es el gasto público concentrado en mantener una burocracia estatal elefantiásica e innecesaria, junto con leyes laborales inflexibles que no permiten a los privados alterar sus niveles de empleo con la facilidad y rapidez que desearían, según las circunstancias.
Pero más allá del diagnóstico libertario de los problemas argentinos, si hay un motivo por el cual Milei se destacó sobre sus oponentes en la recta electoral, sin dudas fueron las soluciones que propuso a los mismos:
LAS SOLUCIONES LIBERTARIAS
- La inflación, un fenómeno monetario: DolarizaciónPara la inflación crónica de origen fiscal, el plan del presidente es dolarizar la economía y convertir al Banco Central en un mero regulador de entidades financieras. Simple: si la moneda no resguarda valor y el Banco Central no la defiende correctamente, hay que eliminar ambos. Algo así como cuando el sombrero no entra, hay que achicar la cabeza.Curioso es que, al principio de su campaña, Milei indicó que, para dolarizar, “contaba con el apoyo de fondos privados interesados en proveer los dólares que La Argentina necesita’. Más tarde, argumentó que, para dolarizar a un “precio de mercado” (en ese entonces unos $650 por dólar), bastaba con liquidar las reservas brutas del Central para absorber la base monetaria (el dinero en circulación) y liquidar los activos de la entidad para cubrir la bola de LELIQS que, en ese momento, amenazaba con más emisión futura cuando los bancos decidan no renovarlas más. ¡Así de fácil!Con el tiempo, y cada vez más cerca de las elecciones, el flamante presidente dejó de repetir la fantasiosa idea de dolarizar sin dólares, y volvieron los rumores del acercamiento a fondos extranjeros que provean al país de las divisas.
- No apertura económica como sinónimo de pobreza: Abrir / des-regularizar la economíaAhora bien, en segunda instancia, teníamos a un país, según Milei, “poco libre o poco abierto”, lo que se deduce de sus premisas como un país condenado a la pobreza, pues de esa forma nunca podría disfrutar de los beneficios del comercio y la internacionalización del capital, tan propia de los tiempos post-modernos. Para ello, el Presidente prepara un viraje en la política comercial exterior y se espera que, como mínimo, priorice alianzas con bloques “más liberales” o países más abiertos en términos aduaneros, o que, como máximo, baje/elimine las restricciones a la importación. Es importante recordar que según Milei: “Cuanto más libre es un país, más rico se vuelve”. ¡Así de simple!
- Gasto político superfluo y libre empresa restringida: Ajuste fiscal y flexibilización laboral
Por último, y para nada menor, la pata del gasto innecesario y las excesivas restricciones de los contratos laborales. Quizá la solución más automática del plan de shock: recorte al presupuesto estatal (disminución de ministerios, secretarías, direcciones generales, empleados públicos varios, revisión de contratos del Estado con proveedores, etc.).
Por el lado de la inflexibilidad en los contratos laborales, todo indica una bandada de leyes que faciliten al empresario el despido, el aumento de la tercerización, los contratos eternamente renovables, la proliferación del monotributo, entre otras yerbas.
Argentina es un país económicamente destruido y la gran mayoría de sus variables macroeconómicas son no menos que miserables (incluso aquellas que parecen que dan bien gracias a trucos estadísticos elocuentes). Sin dudas, la inflación es el reflejo más claro, es la fiebre del paciente que ya tirita de frío en un día con 42°C a la sombra. También es muy cierto que, disminuir la fiebre en el paciente, suele ser el primer paso de cualquier tratamiento médico, y es lógico que no hay economía que funcione con inflación de 3 dígitos y contando. Atacar la inflación es, definitivamente, una prioridad para cualquier gobierno que pretenda remontar una batalla que parece perdida en términos de desarrollo económico, pero también es cierto que dolarizar una economía no es el único camino anti-inflacionario que existe, ni tampoco el que menos efectos colaterales a futuro tiene.
Si a esto le agregamos el intentar dolarizar sin dólares, la solución comienza a rozar lo fabuloso y, si de ficción no hablamos, entonces lo hacemos de más préstamos externos para engañar a las arcas del Central y creernos que tenemos las divisas para absorber todos los ceros de pesos que desfilan por el territorio nacional y el espacio virtual bancario.
Si la inflación fuese un fenómeno estrictamente monetario (véase como la mera sobreabundancia de oferta de dinero por encima de su demanda ), entonces esto significaría que en la economía circula más dinero de aquel capaz de representar a los bienes y servicios que dentro del país se producen a un precio de equilibrio, y en ese caso, sería cierto que -como mínimo- habrá que dejar de emitir. Pero con eso no bastará, ¿Verdad? Además, habrá que aumentar la producción, pues de otra forma continuará el desequilibrio en el corto y mediano plazo. Y este es el punto crucial: recuerde, la inflación es a la economía lo que la fiebre al paciente y para curar la enfermedad, el tratamiento es mucho más profundo que un anti-inflamatorio, es un plan de producción serio, identificando ventajas comparadas, industrias competitivas, sectores pujantes, invirtiendo a mediano y largo plazo, entre otros por mayores. Dolarizar una economía, ni es un plan anti-inflacionario por sí mismo, ni es una garantía de estabilidad macroeconómica, ni muchísimo menos una catapulta hacia un sendero de crecimiento y desarrollo.
Y en esta línea viene el segundo dilema: “¿Abrir o no abrir la economía?”. ¡Seamos ricos como los países más libres! En economía, como en muchas otras ciencias, la diferencia entre los conceptos de correlación y causalidad es clave, es lo que diferencia a un buen opinólogo de café de un catedrático. Lo que indica el Presidente es totalmente cierto en términos de correlación: los países más libres, son -generalmente- más ricos. El tema es la causalidad: como los atletas no entrenan por que ganan las Olimpiadas (sino que es exactamente al revés), los países se vuelven más libres en tanto se enriquecen, lo cual es un derrotero lógico, ya que, en tanto generan industrias competitivas y sectores pujantes, luego salen a competir al mercado llenos de herramientas. Nunca al revés.
Y, por último, tema Estado elefantiásico y flexibilidad laboral. Es cierto, la mayoría de la sociedad argentina ha elegido reiteradas veces el tener un Estado gigante, lo cual –por lógica- demanda impuestos gigantes y ahoga al sector privado. Pero además de verse ahogado, el sector privado no goza de los privilegios de un Estado enorme ni mucho menos de la supuesta calidad de sus servicios. Algo andaba mal y había que cortarlo, punto para Milei. El tema es… ¿Cortará lo que corresponde cortar? ¿O se viene el de-tin-marín-de-do-pin-güé?
Ahora bien, la flexibilidad laboral ha sido, históricamente, abordada desde la perspectiva de relajar las exigencias a los empleadores respecto de los contratos que firman con su personal, pero… ¿No sería más libertario atacar las pesadas cargas sociales e impositivas sobre las empresas? ¿No sería mejor incentivar el empleo de calidad que permitir su precarización? ¿No es, acaso más acorde al desarrollo, contar con una clase trabajadora formalizada y con salarios competitivos? Porque… alguien tiene que consumir aquella producción que advertimos tiene que aumentar para salir de esta espiral de subdesarrollo serial interminable.
Si a esto le agregamos el intentar dolarizar sin dólares, la solución comienza a rozar lo fabuloso y, si de ficción no hablamos, entonces lo hacemos de más préstamos externos para engañar a las arcas del Central y creernos que tenemos las divisas para absorber todos los ceros de pesos que desfilan por el territorio nacional y el espacio virtual bancario.
Si la inflación fuese un fenómeno estrictamente monetario (véase como la mera sobreabundancia de oferta de dinero por encima de su demanda ), entonces esto significaría que en la economía circula más dinero de aquel capaz de representar a los bienes y servicios que dentro del país se producen a un precio de equilibrio, y en ese caso, sería cierto que -como mínimo- habrá que dejar de emitir. Pero con eso no bastará, ¿Verdad? Además, habrá que aumentar la producción, pues de otra forma continuará el desequilibrio en el corto y mediano plazo. Y este es el punto crucial: recuerde, la inflación es a la economía lo que la fiebre al paciente y para curar la enfermedad, el tratamiento es mucho más profundo que un anti-inflamatorio, es un plan de producción serio, identificando ventajas comparadas, industrias competitivas, sectores pujantes, invirtiendo a mediano y largo plazo, entre otros por mayores. Dolarizar una economía, ni es un plan anti-inflacionario por sí mismo, ni es una garantía de estabilidad macroeconómica, ni muchísimo menos una catapulta hacia un sendero de crecimiento y desarrollo.
Y en esta línea viene el segundo dilema: “¿Abrir o no abrir la economía?”. ¡Seamos ricos como los países más libres! En economía, como en muchas otras ciencias, la diferencia entre los conceptos de correlación y causalidad es clave, es lo que diferencia a un buen opinólogo de café de un catedrático. Lo que indica el Presidente es totalmente cierto en términos de correlación: los países más libres, son -generalmente- más ricos. El tema es la causalidad: como los atletas no entrenan por que ganan las Olimpiadas (sino que es exactamente al revés), los países se vuelven más libres en tanto se enriquecen, lo cual es un derrotero lógico, ya que, en tanto generan industrias competitivas y sectores pujantes, luego salen a competir al mercado llenos de herramientas. Nunca al revés.
Y, por último, tema Estado elefantiásico y flexibilidad laboral. Es cierto, la mayoría de la sociedad argentina ha elegido reiteradas veces el tener un Estado gigante, lo cual –por lógica- demanda impuestos gigantes y ahoga al sector privado. Pero además de verse ahogado, el sector privado no goza de los privilegios de un Estado enorme ni mucho menos de la supuesta calidad de sus servicios. Algo andaba mal y había que cortarlo, punto para Milei. El tema es… ¿Cortará lo que corresponde cortar? ¿O se viene el de-tin-marín-de-do-pin-güé?
Ahora bien, la flexibilidad laboral ha sido, históricamente, abordada desde la perspectiva de relajar las exigencias a los empleadores respecto de los contratos que firman con su personal, pero… ¿No sería más libertario atacar las pesadas cargas sociales e impositivas sobre las empresas? ¿No sería mejor incentivar el empleo de calidad que permitir su precarización? ¿No es, acaso más acorde al desarrollo, contar con una clase trabajadora formalizada y con salarios competitivos? Porque… alguien tiene que consumir aquella producción que advertimos tiene que aumentar para salir de esta espiral de subdesarrollo serial interminable.
[1] Esta es siempre la consecuencia
empírica, pero no siempre la causa original.
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