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Buitres, herencia y ajustes varios

El nuevo gobierno argentino negoció con los hold-outs una nueva fecha límite en la que realizará el pago acordado (según pautas que no se conocen detalladamente) a los tenedores de bonos que denunciaron al país en New York, es decir, aquellos que no entraron al canje en 2005. Sin datos muy certeros sobre la letra chica del contrato, se vislumbra, por una parte, que Argentina selló la gotera y el balde de deuda que acumulaba cada vez más intereses, por lo pronto, no va a rebalsar. Con ello, el país destraba su contradictoria situación financiera de cara al sistema financiero global (un país muy pagador que no es confiable), y dejará de no recibir crédito, o bien de recibir poco a tasas mucho más altas que el resto de la región.



    Por otra parte, como el gobierno no quiere ni licuar las reservas que tiene (entre lo poco que quedó y los préstamos externos que ya pidió) ni provocar un ajuste mayúsculo (ya está ajustando bastante), recurrirá al mercado financiero internacional -otra vez en apenas 80 días- para refinanciar la deuda que debe pagar el 14 de abril del corriente. Nada demasiado ingenioso. Para que ello no se traduzca automáticamente en una pérdida de soberanía económica (pues quien te presta suele "sugerirte" seguir ciertas conductas), el Estado deberá demostrar que esta acción es solo una parte más de un verdadero plan económico integral en el cual las inversiones extranjeras directas sean de tal magnitud que permitan compensar una vulnerada balanza de capital. Plan con el que todos nos ilusionamos, pero el gobierno no nos cuenta.
 
    Ahora bien, enmarquemos la situación para poder analizarla mejor:

    ¿Dónde empezó todo esto? Bueno, podríamos remontarnos a aquel préstamo que le pedimos a la Banca Baring Brothers allá por 1824, o bien al préstamo que tomó Perón del Exim-Bank en su segundo gobierno luego de haber saldado por completo la deuda exterior en el primero. Pero hacer un resumen histórico de la deuda externa argentina en este artículo carece de sentido. Para situarnos más en el presente, tomaremos como punto de partida la negociación impulsada por Néstor Kirchner en 2005 (recordemos que fue el primer intento de reestructuración de la deuda luego del default declarado en 2001). 

    Lo loable de esta gestión de la deuda externa como punto de partida del análisis reside en el hecho de haber conseguido no solo un gran quita sobre, sino además que neogciación se cierre con casi la totalidad de los acreedores (alrededor de un 93%). Sin embargo, ese 7% que rechazó entrar el canje, recibió un excelente guiño de parte del fallecido ex-presidente, y es que Kirchner renunció a la cláusula de inmunidad soberana que caracteriza a los Estados que emiten deuda [Decreto 1735/2004]. ¿El motivo? La mayoría de los países no desarrollados emiten deuda en moneda extranjera con Ley Nueva York). Si este tipo de países no hiciera lo que Kirchner (y tantos otros mandatarios), las calificaciones de las agencias internacionales sobre el perfil de los títulos naturalmente descenderían.



    Por lo expuesto, así se sembraba la semilla del presente, pues dicho decreto daba lugar a los hold-outs que no entraran en el canje a denunciar al país en tribunales de New York, bien lejos de la jurisdicción nacional. Demás está la aclaración que el juego discursivo dicotómico de "patria o buitres" es una falacia estrafalaria, pues fuimos los argentinos quienes pusimos las reglas que hoy no aceptamos. Con una excusa exclusivamente política, el gobierno de Cristina Fernández intentó sostener un relato digno de la fantasía: pagar a los buitres era entregar la soberanía económica nacional... 

    Por supuesto, el gobierno perdió el juicio en Estados Unidos, pero ganó tiempo, es decir, "pateó la pelota" y no pagó. ¿El costo? Una vertiginosa subida de los intereses de esa deuda y la pérdida de confianza del mercado para con un país que... ¡Le pagaba al club de París y al CIADI, pero decía que llevaba a cabo una guerra de soberanía con el otro 8%! No discutiremos en esta nota que tan buitres son los hold-outs porque ya lo hicimos anteriormente (puede verlo aquí), pero sí qué tan necesario era y es pagarles si es que se pretende formar parte del sistema financiero internacional. Así que presentamos la pregunta que se haría cualquier mortal argentino: 


¿Hay que pagarle a los buitres? ¿Y si no les pagamos qué pasa? 

    Imaginemos que se decide no pagar. Bueno, teniendo en cuenta lo que los comunes conocemos como "que pase algo", en el corto plazo, nuestra vida inmediata no se verá modificada, y en líneas generales, la del país tampoco. Pero, ¿Qué pasará conforme el tiempo transcurra? Por un lado, seguirán corriendo intereses, o sea, nuestra deuda será más grande. Por otro lado, el país comenzará a alejarse tímidamente del resto del mundo desde la perspectiva de las finanzas globales. ¿Y quién quiere ser parte de ese mundo? En realidad, sucede que cuando un Estado quiere emprender un proyecto económico productivo (imagine construir plantas nucleares que generen energía, para ser bien gráficos) tiene dos opciones: o se endeuda internamente o se endeuda en el exterior. Ninguna de las dos es mejor per se, sin embargo, si las condiciones económicas lo permiten, endeudarse internamente puede ser menos riesgoso. ¿Cuál es el problema actual? Argentina está tan endeudada internamente que se acabó el margen. Y es como que su familia se prestó plata entre parientes y ahora todos le deben a todos y nadie tiene más activos. Bien, si esto sucede, usted tiene tres opciones:
 
i) La primera y la mejor. La familia aumenta sus ingresos: uno o más integrantes cambian a un trabajo donde ganan más, o trabajan horas extras en el que ya tenían, o empieza a trabajar un miembro que antes no lo hacía. Sin dudas, la mejor opción es pagar deuda con lo que llamamos ingresos genuinos (surgen de aumentar la producción). ¿El problema? Lleva tiempo conseguir trabajo o cambiar a uno mejor, o incluso juntar un capital que permita cancelar pasivos antiguos. O sea, en el corto plazo, no arroja resultados significativos.
 
ii) La favorita de muchos: cortar gastos. Si no puedo ganar más, gastaré menos y con ese mayor margen, pagaré la deuda (poco simpático).
 
iii) El mal menor: endeudarse más, con externos. Usted pide un préstamo fuera de la familia. Aquí usted estará haciendo una bola de nieve más grande de la que tenía y pagará aún más que lo que tiene que pagar ahora (o sea, lo mismo que si no pagara, pero honrando sus deudas). Las tasas externas lo pueden favorecer, pues si éstas son bajas, serán más beneficiosas que los intereses punitorios por no pagar la deuda original. Eso sí, el monto final será, por seguro, mayor. Sin embargo, la ventaja es que usted será un honrador de deudas y la gente seguirá confiando en usted. De esta forma la gente le dará, por ejemplo, dinero para que usted invierta, le devuelva su capital con ganancia y usted se quede una parte. Si usted no pagara sus deudas, nadie le daría un centavo.
 
    De éstas tres opciones anteriores, el gobierno eligió la última: endeudarse más. ¿Es algo para hacer una fiesta? La verdad que no. ¿Había otra alternativa? Sí, un ajuste brutal, desempleo masivo, tarifazos extremos, devaluaciones constantes, etc. Como ya se está ajustando bastante, en un contexto de inflación altísima, con suba de tarifas y una devaluación importante, los márgenes son muy cortos y el endeudamiento inevitable. En un plan que no conocemos demasiado por boca del gobierno, se vislumbra que hay una mezcla lógica entre las opciones iii) y i) -en ese orden-. Es decir, se busca pagar para que no se sigan acumulando intereses, generar confianza internacional para que lleguen inversiones (¿Llegarán?), aumentar la producción y con ese nuevo margen, por un lado, alivianar las cargas de la nueva deuda y, por el otro, revertir el ajuste en el tiempo. En síntesis, generar una macroeconomía más sana, menos viciosa, más genuina, ordenada y largo-placista (al menos esa, sería una idea más o menos lógica... si el gobierno la tiene... o no, es una sorpresa).
 
Un gobierno que asume costo tras costo



    Que el gobierno de Macri recibió del anterior una herencia económica complicada es innegable, y que la nueva dirigencia ampara todo accionar en un relato que empieza a construirse ("... y... es que la herencia,,,") también lo es. Sin embargo, Macri asumió con la idea de asumir todos los costos sociales que implican hacer un sinceramiento económico mezclado con un ajuste necesario. La salida del cepo deterioró el poder de compra de los salarios en dólares y el aumento tipo shock de los insostenibles subsidios existentes golpearon de lleno el bolsillo del trabajador. 
    Párrafo aparte para el aumento de precios, es decir, la inflación -que por cierto sigue en alza y por encima de lo que se manejaba con el gobierno anterior dado el sinceramiento cambiario. Las medidas económicas del nuevo gobierno, son en su mayoría anti-populares, pero parece que más de la mitad del país entiende (no sin congoja) que el modelo anterior debía llegar a su fin y que sus correcciones acarrearían efectos de corto plazo no muy felices. Sin embargo, la paciencia del argentino tiene un límite (casi que solo uno): el precio de los alimentos. Los argentinos pagarán más la electricidad y el transporte, pero no el asado. Así de simple. Y si el gobierno sigue aferrado a su plan teórico sin salir un ratito del laboratorio y atender la vertiginosa suba de precios en los alimentos, desperdiciará todo el trabajo que está haciendo en pos del largo plazo, por un problema del corto.

Esta nota es dedicada al economista Aldo Ferrer fallecido en el día de hoy. El país recordará por siempre sus análisis no sectorizantes. 


"Tuvimos suerte y quemamos al frío...

Pero nuestro humos, nos ahogaron de razón."

Rogelio Santos

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